Decir NO.
Ha sido muy triste darme cuenta de las negaciones que yo misma me había impuesto y enterarme de los largos años que llevaban conmigo.
Recuerdo perfectamente la edad con la que empecé a decir NO.
Tenía sobre los ocho años, mi cabeza estaba bien amueblada, entendía mucho más que cualquiera a mi edad (eso es algo de lo que podré enorgullecerme toda la vida) e inconscientemente dicté unas normas en mi vida y tapé con piedras unos caminos que no iba a darme el lujo de explorar.
¿Por qué?
Sencillamente porque yo no me creía una chica capaz de hacerlo.
El sobrepeso me ha acompañado desde siempre, y fue por eso que empecé a decir NO.
No a salir con chicos.
No a salir de fiesta.
No a vestir sexy.
No a las faldas por encima de la rodilla.
No al maquillaje.
No a los tacones, ni al escote.
No a merecer el amor de nadie.
No a ser reconocida.
No a que me admiren por lo que soy.
Simplemente era NO.
Una negación impuesta por una niña avergonzada de su peso.
Y “el querer y no poder” empezó a crear en mí una ansiedad imparable. ¿Quién iba a querer a una chica gorda? ¿Quién querría tenerla en su grupo de amigos para ir a la discoteca? ¿Qué clase de falda podría quedarle bien? En la edad del pavo y con una oculta depresión todo empezó a enredarse en mi cabeza.
Hace apenas tres días que me dí cuenta de todo esto. Fue triste.
Yo quería salir de fiesta, tener amores y desamores, probarme trescientas faldas y maquillarme divinamente…
Pero desde mi infancia había dicho NO.
Ahora algunas cosas se han suavizado, y aunque no haya ido todavía de fiesta y me siga negando a las faldas, espero encontrar una forma de tratar esta vergüenza que ha marcado tan profundamente mi vida hasta volverme depresiva.
Lo más paradójico es que me cuesta muchísimo decirle ‘no’ a la gente y yo misma me he negado todo.
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